diciembre 6, 2024
OPINIÓN

Ómicron cambia las reglas

El pasaporte Covid es tan útil como la radiestesia o el vudú. ¿Protocolo a seguir? Extenderlo más, a costa del descontento popular y la legalidad. Crece la ocupación de las UCIs. ¿Respuesta del Equipo de Crisis? Confinar a la sociedad entera para que no haya demasiados enfermos y así poder mantener incólume ese límite de 100 camas por millón de habitantes. Las viejas generaciones peligran. ¿Qué hacemos? Inocular masivamente a los escolares para evitar que se contagie el abuelo.

Por Francisco Lázaro 

El hombre es un animal de costumbres fijas. Y si es político, peor. Porque un ciudadano normal está habituado a hacer las cosas de una manera y no de otra. Ni siquiera es capaz de darse cuenta de algo tan obvio como que lo que en otro momento fue eficaz, ahora no sirve. Pero el político lo sabe. Y pese a ello, sigue utilizando los procedimientos del pasado para solucionar los problemas del presente. Por supuesto, con el éxito que es de esperar. Resulta fácil explicar el por qué de esta estupidez burocrática y gubernativa: nadie corre riesgos. Lo que interesa es conservar el puesto, y para ello el conservadurismo es la mejor receta. Mejor equivocarse en compañía de muchos otros, que triunfar en solitario. La esencia del liderazgo consiste en la voluntad de nadar contra corriente. En España, que se sepa, solo hay un ejemplo de este mindset, pero no es el momento de hablar de él.

Estamos tan acostumbrados a ver cómo la clase política vuelve a cometer una y otra vez los mismos errores al comienzo de cada nueva ola de la pandemia, que ya ni siquiera nos llama la atención. Por el contrario, lo que nos sorprendería es ver que las cosas se están haciendo de otra manera. Este es un ciclo que, a punto de comenzar el tercer año de pandemia, no tiene fin: pérdidas de tiempo institucionalizadas, convocatoria de conferencias de ministros para el martes que viene, desinformación, pensamiento encenagado, propaganda, normativas surrealistas, caos populista… Todo esto se halla tan integrado en eso que llaman «Nueva Normalidad» que si alguien se pusiera a aplicar criterios de eficacia y racionalidad, le miraríamos como a un loco. Es el signo de los tiempos: los problemas no se resuelven. Se gestionan. Y si la gestión es pública, tanto mejor. Así no habrá a quien echarle la culpa de los fracasos.

La variante Omicron es invulnerable a las vacunas. ¿Solución? Vacunar más. El pasaporte Covid es tan útil como la radiestesia o el vudú. ¿Protocolo a seguir? Extenderlo más, a costa del descontento popular y la legalidad. Crece la ocupación de las UCIs. ¿Respuesta del Equipo de Crisis? Confinar a la sociedad entera para que no haya demasiados enfermos y así poder mantener incólume ese límite de 100 camas por millón de habitantes. Las viejas generaciones peligran. ¿Qué hacemos? Inocular masivamente a los escolares para evitar que se contagie el abuelo.

La desorientación es general. Incluso en las más altas instancias científicas el lenguaje pierde la contundente claridad de otros tiempos para trufarse de subjuntivos, circunloquios y fórmulas ambiguas. Llevo días tratando de encontrar a un epidemiólogo europeo que sea capaz de responder a la pregunta del millón -¿son las vacunas eficaces contra la nueva cepa?- con un sí o un no. Imposible. Todo es posibilismo y pensamiento desiderativo: «creemos que, es de esperar, se supone que, etc, etc.

«Omicron se extiende a una velocidad que de aquí a pocos días puede dar lugar a una situación de caos social. Cierto que se trata de una variante mucho menos agresiva que las anteriores del Covid-19. Pero su capacidad para propagarse de modo exponencial puede hacer que, incluso con un grado de letalidad muy reducido, el número de casos de cierta gravedad resultante de la meteórica propagación del patógeno haga que se multipliquen las hospitalizaciones hasta desbordar el sistema. En términos literales, ya no hay tiempo para vacunar ni para esperar que llegue Pedro Sánchez a la Conferencia de Presidentes Autonómicos.

Lo que conviene es actuar de inmediato: un plan de emergencia para ampliar las UCIs en una faceta especializada y relativamente fácil de escalar como la atención a pacientes aquejados de insuficiencias respiratorias. Encargar varios miles de respiradores, o fabricarlos sin más. Tan complicado de hacer no debe ser un chisme de esos, digo yo, menos en un tejido industrial saturado de ingenieros, máquinas herramienta e impresoras 3D como el nuestro. Movilizar a los estudiantes de Medicina de quinto curso y posgrado. En cuanto a terreno y dependencias para un hospital de campaña mejor que el que los chinos hicieron al comienzo de la pandemia en Wuhan, aquí lo tenemos incluso mejor. ¿Para qué está ese enorme BEC sobredimensionado y muerto de risa durante la mayor parte del año? ¡Ah, no! Un momento: me comunican que esto no puede ser. Que en estos momentos está ocupado para oposiciones a funcionario.

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