octubre 7, 2024
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Francia: ¿es Éric Zemmour antisemita?

Por Yves Mamou

El rumor de que un judío que hace declaraciones racistas y antisemitas podría ser candidato en las presidenciales francesas de la primavera del año que viene ha traspasado las fronteras del Hexágono. Peor aún, el rumor dice que ese judío supuestamente racista y antisemita, Éric Zemmour, se ve alentado por unas encuestas que le sitúan como un muy posible rival del actual presidente, Emmanuel Macron, en la segunda vuelta.

¡Maldita sea! ¿Cómo puede ser? ¿Es realmente racista Zemmour? ¿Está en la cresta de una ola ultraderechista, como apuntan tantos desde la izquierda? ¿Está Francia en trance de precipitarse en el fascismo?

Por supuesto que no. En Francia, lo que verdaderamente se está produciendo es la liberación de la libertad de expresión. Por primera vez en cuarenta años, asuntos como la inmigración, el islam y la preferencia de las élites por una inmigración masiva que no se somete a consideración están siendo debatidos abiertamente en la radio y la televisión.

La razón de que por fin estén sobre la mesa es que Zemmour los ha puesto ahí, en los medios. Antes de Zemmour, si hablabas de los inmigrantes con aprensión eras considerado un «racista». Todo aquel que mostrara preocupación por la rápida transformación de la identidad francesa era etiquetado como miembro de la extrema derecha. Por lo visto, ser francés y defender la cultura francesa te convierte en un nazi. Quien se atreviera a criticar la inmigración musulmana y el islam era inmediatamente calificado de racista «próximo a Jean-Marie Le Pen», demonizado por la prensa y llevado a los tribunales.

Lo que ha conseguido Zemmour es romper el muro de la vergüenza, con la ayuda de Jean-Marie Le Pen, fundador del partido de extrema derecha Frente Nacional. Le Pen fue el primero en criticar la inmigración musulmana y plantear cuestiones sobre el islam, pero, lamentablemente, lo hizo de una manera tan caricaturesca y racista que a los medios y a los dirigentes del Partido Socialista no les resultó complicado demonizarlo, así como, a menudo, los problemas bien reales que planteaba el Frente Nacional, como la identidad del país, el rol del laicismo, la lucha por los puestos de trabajo y la condición de la mujer.

Cuando, en 2016, el historiador Georges Bensoussan planteó la cuestión del antisemitismo musulmán en la radio, fue inmediatamente perseguido por las asociaciones antiracistas y llevado a los tribunales. Aunque fue absuelto en tres ocasiones, la intimidación produjo su efecto. Tras semejante maratón judicial, ¿quién tendría el coraje de volver a plantear el complicado asunto del lugar del islam en la sociedad occidental en general y en la francesa en particular?

La acusación de que Zemmour es racista tiene por origen no sólo cuestiones relacionadas con la inmiragión, sino las numerosas demandas que le han interpuesto organizaciones islamistas y antirracistas, incluso algunos representantes electos. La mayoría de las veces, los jueces han absuelto a Zemmour, pero no siempre. A veces lo han condenado. En 2011 lo fue por decir: «Los franceses de origen inmigrante son detenidos por la policía más que el resto porque la mayoría de los traficantes son negros y árabes (…) Es un hecho». Zemmour fue condenado no por mentir, sino porque una aseveración así es imposible de demostrar. Desde la II Guerra Mundial, la legislación francesa prohíbe cualquier referencia a la etnia en las estadísticas oficiales. En 2020, Zemmour fue condenado por «provocar odio».

Las acusaciones de racismo y antisemitismo contra Zemmour proceden también del establishment judío. El rabino jefe de Francia declaró recientemente que Zemmour era «ciertamente antisemita y claramente racista». Francis Kalifat, presidente del Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIJF), ha pedido a los judíos que no le voten.

El establishment judío ha acusado a Zemmour de rehabilitar al mariscal Pétain y el régimen de Vichy, colaboradores ambos de la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial. Zemmour ha afirmado que Pétain «protegió a los judíos franceses a la par que entregaba a los nazis a los judíos de origen extranjero, en un compromiso necesario para con el ocupante». Según Zemmour, «los datos hablan por sí solos: en Francia, el 40% de los judíos foráneos fueron exterminados y el 90% de los judíos franceses sobrevivieron».

La tesis, no obstante, es de Alain Michel, rabino e historiador de origen francés actualmente residente en Israel. Según Michel, Zemmour debió decir que sobrevivieron «entre el 90 y el 92%» de los judíos franceses». Dice más Michel:

«Frente a lo que asegura Serge Klarsfeld [presidente de la Organización de Hijos e Hijas de Judíos Deportados de Francia], esas cifras no pueden atribuirse exclusivamente a la acción de los Justos entre las Naciones [gentiles que ayudaron a judíos durante el Holocausto]. Fue la política aplicada por el Gobierno de Vichy, que ralentizó la aplicación de la Solución Final en Francia».

Michel y Zemmour coinciden en que es extremadamente difícil para los historiadoes franceses cuestionar la extendida idea de que el régimen de Vichy no fue más que un clon del nazi.

Nadie entiende bien por qué Zemmour está trayendo a colación Vichy y la Segunda Guerra Mundial, pero la ferocidad de las acusaciones en su contra no le impide seguir siendo extremadamente popular entre la comunidad judía.

Zemmour no niega sus orígenes judíos y acude a la sinagoga con regularidad. Ha aclarado que no es sionista, pero ha dejado igual de claro que no es antisionista. Zemmour dice que se debe en primer lugar a la civilización y la cultura francesas. Parece ser el tipo de judío napoleónico que considera que la identidad religiosa debe quedar confinada a la esfera privada, al hogar o a la sinagoga.

Durante la Revolución Francesa (1789) y el régimen napoleónico, los judíos fueron emancipados. Les fueron garantizados los derechos de todos los demás ciudadanos franceses a cambio de que abandonaran sus normas comunitarias, como el matrimonio compulsivo entre judíos y la preterición de las leyes de la República frente a las religiosas. A Zemmour le deja perplejo que esa regla, que asimiló exitosamente a los judíos en la sociedad francesa, haya sido abandonada a la hora de tratar con los musulmanes.

Zemmour considera que, para que se salve Francia, el país debe retomar la política de asimilación. Querría ver a los musulmanes «asimilados» y más parecidos a los ciudadanos franceses que llevan más tiempo establecidos. «Hemos de alentarlos [a los inmigrantes musulmanes que acuden a Francia] a ser lo mismo», dice; «a apropiarse de la historia, las costumbres, la manera de vivir, los sabores, la literatura; a que saboreen las palabras, la lengua del territorio».

Zemmour pone tanto énfasis en su deseo de salvar a Francia y en ser un ciudadano francés que a veces roza la descortesía. Así, en su último libro hiere innecesariamente a gente que ha sido duramente golpeada por el terrorismo islamista al escribir que las familias de los niños asesinados en una escuela judía próxima a Toulouse en 2012 se comportaron como extranjeros por enterrar a los niños en Israel en vez de en Francia. «Los antropólogos nos han enseñado que somos del país en el que estamos enterrados», anota, aparentemente aplicando el mismo rasero pro francés a los judíos y a los musulmanes. Ahora bien, las familias judías de Francia que no quieren arriesgarse a ver las tumbas de sus hijas e hijos profanadas por antisemitas pueden sentirse ofendidas.

Zemmour, que aún no es candidato oficial a las presidenciales del año que viene, sobrevivirá políticamente los próximos seis meses sólo si es considerado un candidato viable por los medios, y eso sólo ocurrirá si es capaz de crear alboroto.

Ahora bien, el alboroto puede ser desagradable, por no decir perverso. El filósofo Alain Finkielkraut, que admite tener algunas diferencias con Zemmour, de todas formas lamenta los «anatemas» que se le lanzan, y añade: «Es objeto de un rencor obsesivo y contraproducente».

[Zemmour] tiene el mérito de poner la cuestión de Francia en el centro del debate (…) Se ocupa de la angustia existencial de un creciente número de franceses que se preguntan si Francia seguirá siendo Francia, si su derecho a la continuidad histórica será respetado o si seguirá siendo objeto de desdén.

De hecho, para los franceses, lo más importante no es si Zemmour es racista o antisemita, sino si la Francia que conocen –»con su historia, sus costumbres, su manera de vivir»– seguirá existiendo.

Yves Mamou, escritor y periodista residente en Francia, trabajó durante dos décadas para Le Monde.

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