marzo 28, 2024
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Raymond Ibrahim: “Los europeos tienden a ser adoctrinados en historias falsas diseñadas para demonizar su pasado y su herencia”

"El grado de ignorancia del Occidente moderno es evidente cuando afirma que grupos como el Estado Islámico no se comportan de acuerdo con las enseñanzas y la doctrina islámicas. De hecho, no sólo actúan en estricta consonancia con la cosmovisión tradicional de una parte del Islam -odiar, luchar, matar y esclavizar a los infieles-, sino que a menudo emulan intencionadamente a los grandes yihadistas de la historia (como Jalid bin al-Walid, la “Espada de Alá”) de los que Occidente suele no saber nada"

El estadounidense Raymond Ibrahim acaba de publicar una fascinante y erudita historia de los conflictos seculares entre el Islam y el cristianismo: L’épée et le cimeterre. Quatorze siècles de guerre entre l’Islam et l’Occident (La espada y la cimitarra. Catorce siglos de guerra entre el Islam y Occidente – Sin traducción al español). Se trata de un relato -casi exhaustivo- de los catorce siglos de antagonismos y batallas, mayores y menores, que tuvieron lugar desde Yarmuk (636) hasta el final de las Guerras de Berbería (1830), incluyendo las famosas batallas de Guadalete (711), Poitiers-Tours (732), Manzikert (1071), Hattin (1187), Las Navas de Tolosa (1212), Koulikovo (1380), Constantinopla (1453), Malta (1565), Lepanto (1571) y Viena (1683).

Ibrahim es historiador, lingüista y filólogo especializado en lenguas orientales. Ha tratado metódicamente fuentes de primera mano, tanto musulmanas como occidentales, consultando un gran número de manuscritos de la Biblioteca del Congreso de Washington. Su libro no es sólo una crónica detallada de batallas: es, ante todo, un análisis riguroso de las intenciones y estrategias de los distintos líderes beligerantes. Ibrahim muestra que las fuerzas musulmanas seguían esencialmente una lógica religiosa, mesiánica, expansionista y conquistadora, mientras que los ejércitos cristianos pretendían, sobre todo, recuperar territorios que habían sido romanos, griegos y cristianos durante siglos.

También muestra que el fervor religioso de los islamistas actuales coincide exactamente con los antiguos dogmas islámicos, que las reacciones occidentales son mecanismos de autodefensa con 1.400 años de trayectoria, así como que las rivalidades actuales reflejan una lucha existencial muy antigua.

¿La hostilidad entre el Islam y el cristianismo es un accidente de la historia o forma parte de la continuidad histórica islámica? 

Ciertamente es una continuación. El problema es que los historiadores modernos tienden a dejar de lado el aspecto religioso y a centrarse en las identidades nacionales. Sabemos, por ejemplo, que durante siglos un gran número de pueblos “orientales” invadieron, y a veces conquistaron, partes importantes de Europa. Los historiadores modernos dan a estos pueblos una gran variedad de nombres: árabes, moros, bereberes, turcos y tártaros, o bien omeyas, abasíes, selyúcidas y otomanos. Sin embargo, lo que estos historiadores modernos no hacen es señalar que todos ellos se basaron en la misma lógica y retórica yihadista que los grupos terroristas contemporáneos, como el Estado Islámico. Tanto los árabes (o “sarracenos”), que invadieron por primera vez la cristiandad en el siglo VII, como los turcos y tártaros, que aterrorizaron Europa oriental hasta el siglo XVIII, justificaron sus invasiones invocando la enseñanza islámica de que el “destino” del Islam es gobernar el mundo mediante la yihad. Además, todos ellos siguieron los mandatos legales clásicos de ofrecer a los “infieles” tres opciones antes de la batalla: la conversión al Islam, la aceptación del estatus de ‘dhimmi’ y el pago del tributo (jizya), o la muerte. Y una vez que conquistaban una zona cristiana, destruían inmediatamente o transformaban las iglesias en mezquitas, y vendían a todos los cristianos que no eran masacrados, condenándolos a una abyecta esclavitud, a menudo sexual.

El grado de ignorancia del Occidente moderno es evidente cuando afirma que grupos como el Estado Islámico no se comportan de acuerdo con las enseñanzas y la doctrina islámicas. De hecho, no sólo actúan en estricta consonancia con la cosmovisión tradicional de una parte del Islam -odiar, luchar, matar y esclavizar a los infieles-, sino que a menudo emulan intencionadamente a los grandes yihadistas de la historia (como Jalid bin al-Walid, la “Espada de Alá”) de los que Occidente suele no saber nada.

En su opinión, el término “Occidente” oculta la historia real, pues sugiere que las tierras “orientales” y norteafricanas conquistadas por el Islam, Siria, Egipto, Asia Menor, África del Norte, no formaban realmente parte de la herencia cristiana grecorromana: ¿por qué nos referimos siempre al Imperio Bizantino y nunca al Imperio Cristiano Grecorromano? 

Sí, no sólo la Europa postcristiana y sus ramificaciones (América, Australia, etc.) no comprenden la verdadera historia del Islam, sino que tampoco comprenden realmente su propia historia, y en particular el impacto del Islam. Lo que ahora llamamos “Occidente” fue durante siglos conocido y delimitado por la extensión territorial de su religión (de ahí el término más antiguo e históricamente más preciso de “cristiandad”). Entonces incluía todas las tierras que mencionas y muchas más; se habían cristianizado siglos antes de la llegada del Islam y formaban parte de la misma civilización global. Luego llegó el Islam y conquistó violentamente la mayoría de estas tierras, algunas de forma permanente (Oriente Medio, África del Norte, Anatolia), otras de forma temporal (España, los Balcanes, las islas del Mediterráneo). Mientras tanto, la mayor parte de Europa se convirtió en el último y más formidable bastión de la cristiandad que no fue conquistado, sino que fue constantemente atacado por el Islam. En este sentido (olvidado), el término “Occidente” se ha vuelto irónicamente preciso. Porque Occidente era, de hecho y literalmente, el remanente más occidental de un bloque de civilización mucho más amplio que el Islam ha amputado definitivamente.

Pasemos ahora al llamado “Imperio Bizantino”. En el año 330, el emperador romano Constantino el Grande construyó una nueva capital para el Imperio, a la que llamó “Nueva Roma” (más tarde llamada Constantinopla en su honor). A pesar de ser profundamente cristiana, de ser sucesora directa de la antigua Roma, de sobrevivir a su caída durante mil años, de ser llamada “romana” por todos, amigos y enemigos, y de ser el baluarte más oriental de la cristiandad contra el Islam durante siglos, se la conoce desde 1857 como “Bizancio”, otro neologismo que rompe la continuidad y el sentido de la historia y el patrimonio del Occidente postcristiano. Estos términos -“Occidente”, “Bizancio”, etc.- sólo tienen una función: suprimir la palabra cristianismo en la conciencia de los descendientes de quienes lucharon y murieron por él.

La batalla de Manzikert, que fue para los turcos lo que Yarmuk para los árabes, es celebrada como una gran victoria del Islam por Erdogan y los dignatarios turcos. Por el contrario, los dirigentes de los países europeos no celebran sus victorias contra los invasores musulmanes: ¿son signos del renacimiento de la lucha del Islam combativo y, por el contrario, del pacifismo y la renuncia europeos? 

Sí, sin duda deben considerarse como tales, porque eso es precisamente lo que significan estas actitudes. Pero yo diría que para la élite europea la cuestión es mucho más grave que simplemente “restar importancia” a las victorias defensivas de sus antepasados contra el Islam: no en vano, algunos las condenan activamente. Este es el caso de un número creciente de españoles, para quienes la Reconquista -siglos de guerra para liberar a España del Islam- no es más que un motivo de vergüenza, un recuerdo de la “intolerancia” y el “atraso” de sus antepasados, especialmente hacia los supuestamente “tolerantes” y “avanzados” musulmanes de al-Andalus. En realidad, la vergüenza que estas élites sienten hacia sus antepasados y los elogios que dirigen a los enemigos de éstos son indicativos del grado de adoctrinamiento de una “historia” que es lo contrario de la realidad.

Usted escribe que las Cruzadas tuvieron una influencia decisiva en los acontecimientos posteriores y que “incluso los viajes de Cristóbal Colón estuvieron motivados por el deseo de retomar Jerusalén”. ¿Por qué?   

La hostilidad del Islam era tal que había invadido y rodeado Europa de tal manera que casi no había ningún aspecto de la vida que no se viera afectado por él, incluyendo, por ejemplo, los viajes y el comercio. Debido a que el Islam (bajo los otomanos y los mamelucos) dominaba el Mediterráneo oriental -matando o esclavizando a cualquier cristiano lo suficientemente temerario como para acercarse a los territorios que conquistaba-, Colón buscó otra ruta hacia Oriente; otros, como los portugueses, navegaron alrededor de África hasta llegar a Asia. Los motivos de los viajes de Colón son menos “románticos” que los descritos en el aula: buscaba posibles aliados en la larga guerra contra el Islam, especialmente para liberar Jerusalén. En este sentido, incluso el “viajero” Colón era un cruzado contra el Islam, como lo fueron muchos otros viajeros europeos antes que él, especialmente en el contexto de la búsqueda durante siglos del Preste Juan, el fabuloso y potente monarca cristiano que, se decía, vivía en algún lugar más allá de las fronteras orientales del Islam. Se creía que, si se podía llegar a esta figura legendaria, acudiría en ayuda de los europeos contra el Islam.

La doctrina de la ‘taqiyya’, que tradicionalmente define cómo debe funcionar el Islam bajo un gobierno no musulmán, ¿está ahora desfasada o sigue siendo relevante? 

La ‘taqiyya’ (ocultación) -que permite a los musulmanes engañar a los no musulmanes afirmando, por ejemplo, que renuncian a la yihad o incluso que apostatan del Islam y se convierten al cristianismo- sigue estando de actualidad. Como escribió el Sami Nassib Makarem, la mayor autoridad en materia de ‘taqiyya’ en su libro fundacional de 2004, Al-Taqiyya fi’l Islam (La taqiyya en el Islam): «La taqiyya tiene una importancia fundamental en el Islam. Prácticamente todas las sectas islámicas se adhieren a ella y la practican… Podemos llegar a decir que la práctica de la taqiyya es común en el Islam, y que las pocas sectas que no la practican se apartan de la corriente principal…». Continúa diciendo, y lo subrayamos, que «la taqiyya está muy extendida en la política islámica, especialmente en los tiempos modernos».

El sentimiento de solidaridad cristiana ha desaparecido hoy en día, no sólo entre los políticos y las cancillerías europeas, sino más generalmente en la opinión pública. ¿Y entre los musulmanes?

Sí, esto es especialmente cierto para aquellos que han estudiado historia; y el musulmán medio es mucho más educado sobre la historia del Islam que el europeo medio sobre la suya propia. Peor aún, como se ha mencionado, los europeos tienden a ser “educados” -es decir, adoctrinados- en historias falsas, diseñadas para demonizar su pasado y su herencia, mientras blanquean el pasado y la herencia de otros, en este caso los musulmanes. La yihad contra los infieles es, de hecho, una parte integral del Islam documentada y validada en todas partes; en y a través del Corán, el Hadith (y posteriormente la Sunna), y el consenso de la umma. Ningún clérigo musulmán autorizado, pasado o presente, ha negado esto, excepto, por supuesto, cuando se dirige a audiencias “infieles” y practica la taqiyya.

La comunidad musulmana, la umma, hoy, ¿está dividida por completo o relativamente unida?

Por supuesto, está dividida materialmente en lo que algunos critican como Estados-nación artificiales establecidos por las potencias coloniales. Dicho esto, muchos musulmanes comparten cierto “tribalismo” con otros musulmanes, lo que significa que pueden preferir la compañía de otro musulmán de cualquier raza a la de un infiel, incluso de su propia raza (de acuerdo con la doctrina de al-wala’ w’al bara’ (“lealtad y enemistad”). Los sueños de reunificación bajo un califato son también comunes y regularmente expresados por variados segmentos de la sociedad, desde el Estado Islámico hasta el presidente turco y, por supuesto, musulmanes de la calle. Otra cuestión es si dicha reunificación es realista y factible.

Mientras que la comunitarización de la sociedad francesa es ya un hecho, si no aceptado al menos ampliamente debatido, las élites francesas apuestan desde hace más de cincuenta años por la aparición de un “nuevo Islam, modernizado, reformado, abierto, contextualizado, secularizado, democratizado”, compatible con el modelo occidental, que permitiría marginar a la “pequeña minoría fundamentalista que es el caldo de cultivo del terrorismo Islamista”: ¿es posible un Islam así? 

Ese Islam “occidentalizado”, si surgiera, tendría –necesariamente- tan poco que ver con el auténtico Islam que sería intelectualmente deshonesto asociarlo con el “Islam”, y mucho menos llamarlo así. La cuestión es que las enseñanzas esenciales del Islam fueron promulgadas por un árabe del siglo VII, que pensaba y actuaba precisamente como cabría esperar que pensara y actuara un árabe del siglo VII; es decir, de forma draconiana e incluso bárbara. Las enseñanzas del Islam -que incluyen el odio y, en su caso, la guerra contra los infieles, el ostracismo o el asesinato de los apóstatas, el sometimiento de las minorías religiosas y una serie de medidas misóginas- no son, por su propia naturaleza, “modernizables, reformables, abiertas, contextualizables, secularizadas o democratizables”. En resumen, la sharia, ese cuerpo sagrado de enseñanzas islámicas, no sólo es por definición “incompatible con el modelo occidental”, sino que es la antítesis del modelo occidental.

Por supuesto, esto no quiere decir que los musulmanes no puedan ser laicos, reformistas, etc. Simplemente, si lo son -y bien por ellos- es porque ignoran las enseñanzas del Islam. Para el Islam, ajustarse al modelo occidental es convertirse en algo totalmente irreconocible.

L’épée et le cimeterre. Quatorze siècles de guerre entre l’Islam et l’Occident (Éditions Jean-Cyrille Godefroy, 2021, 350 páginas, 24 €).

(*) Entrevista realizada y traducida del inglés por Arnaud Imatz. Publicada originalmente en francés en La Nef (N°338 Juillet-Août 2021)

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