octubre 7, 2024
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Armas de destrucción masiva y bioterrorismo, la amenaza yihadista del futuro

Los atentados del 11-S supusieron un antes y un después en la lucha antiterrorista. Aunque los grupos yihadistas no eran una novedad en 2001 y llevaban décadas operando en todo el mundo, la virulencia del ataque perpetrado por Al Qaeda y lo inusitado del método empleado para llevarlo a cabo hicieron que Estados Unidos, y con ellos todos los demás países, se replantearan cómo combatir a estas organizaciones.

Ahora, 20 años después, los expertos coinciden en que la lucha antiterrorista se encuentra en un nuevo punto de inflexión. La decisión de Estados Unidos de salir de Afganistán, donde su presidente, Joe Biden, ha dado por cumplida la misión de combatir a Al Qaeda que se marcó tras el 11-S George W. Bush, supone un hito de consecuencias aún por determinar.

La victoria talibán en vísperas del aniversario del 11-S dará un respiro a Al Qaeda, que cabe esperar que aprovechará para recomponerse tras varios reveses en los últimos años, y podría servir de imán de atracción de milicianos de todo el mundo, convirtiendo a Afganistán en el santuario terrorista que ya fue hace dos décadas.

El gran éxito de la guerra antiterrorista ha sido el que no se hayan vuelto a repetir ataques de esa envergadura ni en Estados Unidos ni en ningún otro país occidental, si bien han sido numerosos los atentados registrados desde entonces, incluidos los del 11-M de 2003 en Madrid y los del 17-A de 2017 en Barcelona.

Pero pese a la ingente cantidad de atentados evitados y los severos golpes infligidos tanto a Al Qaeda primero, con la muerte de Usama bin Laden en 2011, como a Estado Islámico después, con la supresión de su autoproclamado califato y la muerte de su líder, Abú Bakr al Baghdadi, en octubre de 2019, su amenaza, y sobre todo, su ideología, no han desaparecido.

Los yihadistas se han cuadruplicado

De hecho, como resaltan los expertos en yihadismo, el número de combatientes se ha multiplicado por cuatro en estas dos décadas, en las que a Al Qaeda le salió un competidor en Estado Islámico, su propia escisión, que atrajo durante un tiempo los principales esfuerzos antiterroristas.

Ambos grupos han optado por su descentralización, con la creación de filiales repartidas por distintas zonas del mundo, pero ninguno de los dos ha conseguido convertirse en un «movimiento de masas», resalta Colin P. Clarke, experto del Soufan Center, en un artículo en ‘CTC Centinel’.

Este modelo descentralizado y más atomizado «es menos efectivo a la hora de ejecutar con éxito operaciones externas y ataques espectaculares», como demuestra el hecho de que el número de ataques perpetrados por estos dos grupos se mantiene en descenso desde 2017, explica.

Ese año registró un récord de ataques obra de ‘lobos solitarios’ en nombre de Estado Islámico y Al Qaeda, pero desde entonces este tipo de acciones también han disminuido de forma considerable, subraya este experto, advirtiendo de que esto no significa que la amenaza haya desaparecido.

De hecho, la existencia de filiales en distintos países y regiones, como por ejemplo el Sahel, ofrece a quienes quieren hacer la yihad la posibilidad de elegir dónde, mientras que hace dos décadas esa opción prácticamente se limitaba a Afganistán.

En opinión de Clarke, lo más probable es que este proceso de descentralización y de un mayor interés por lo local y por aprovechar el malestar de determinadas poblaciones hacia sus gobiernos continúe en el futuro. El resultado serán muchos «pequeños fuegos» que apagar y que en un momento dado pueden convertirse en «un gran incendio» y la continuación de la propaganda yihadista que puede servir para movilizar a ‘lobos solitarios’.

Armas de destrucción masiva y biológicas

La gran preocupación actual es que estos grupos tengan acceso a armas de destrucción masiva o que puedan llevar a cabo ataques biológicos. Los grupos terroristas, recuerda Clarke, ya han mostrado en el pasado interés en hacerse con armas químicas, radiológicas y nucleares y en el contexto actual cabe esperar que lo intenten «con más celo».

En su opinión, la adquisición de bombas nucleares parece hoy en día «fuera del alcance» de estos grupos, al tiempo que la amenaza de bioterrorismo se ha incrementado por la «miniaturización, proliferación y manipulación genética, lo cual disminuye la probabilidad de detección» y aumenta por tanto las probabilidades de ataque.

«Los avances en biotecnología, junto con las tecnologías que son más accesibles y disponibles, han incrementado las probabilidades de que actores malignos sean capaces de crear agentes biológicos y patógenos que podrían usarse en un ataque», previene, recordando la tradicional disposición de los terroristas a incluir las últimas tecnologías en su repertorio, como lo prueba actualmente el interés de grupos como Estado Islámico, Hezbolá o Hamás de usar drones armados.

En opinión del general retirado Joseph L. Votel, antiguo comandante del Mando Central (Centcom) estadounidense y responsable de la coalición contra Estado Islámico, en el futuro cabe esperar «un enemigo más sofisticado que va a aplicar una variedad de enfoques y estrategias, no solo artefactos explosivos improvisados y ataques físicos, para perturbar nuestro modo de vida y nuestros intereses».

La imaginación, fundamental

Para poder hacerle frente, hace falta también ser imaginativos a la hora de afrontar este desafío terrorista, no solo las últimas tecnologías, compartir información o forjar alianzas. «Nuestra imaginación está siempre muy limitada», lamenta Alí Soufan, antiguo agente del FBI y experto en Al Qaeda, en ‘CTC Sentinel’.

«Tras el 11-S, era corriente escuchar a los analistas decir que simplemente no podían imaginarse que alguien hiciera estrellar un avión contra un edificio», recuerda, defendiendo la necesidad de «aprender las lecciones del pasado».

También advierte del riesgo que podría suponer «una falta de imaginación sobre lo que podría ocurrir» y el tipo de atentado que los yihadistas podrían perpretrar Alex Younger, antiguo director del MI6 británico, en una entrevista en la citada revista que publica el Centro de Lucha contra el Terrorismo (CTC) de West Point. Por ello, sostiene que hay que concebir que los yihadistas puedan llevar a cabo por ejemplo atentados biológicos para poder intentar evitarlos.

Por lo único por lo que hasta ahora no han mostrado interés «son los ciberataques», comenta a ‘CTC Sentinel’ Michael Morell, encargado de informar en nombre de la CIA a George W. Bush el 11-S y que llegó a ser subdirector de la agencia. «Yo creo que prefieren ver muertos que luces apagadas o falta de gasolina», añade, si bien reconoce que «algún día» podrían interesarse.

Por otra parte, también existe el riesgo de lo que Clarke califica de «fatiga antiterrorista». «Menos programas de cooperación en materia de seguridad con países socios en regiones volátiles y una presencia antiterrorista occidental menos robusta en estados frágiles ya está ofreciendo a los grupos yihadistas la oportunidad de regenerar sus redes, reclutar a nuevos miembros y controlar amplias franjas de territorio que podrían usarse para planear ataques terroristas fuera de sus fronteras».

Biden ha venido defendiendo que las verdaderas amenazas para Estados Unidos y Occidente son actualmente Rusia y China. Morell, el antiguo subdirector de la CIA, reconoce que ambos países han construido «capacidades increíbles» en estos años mientras que Washington se ha quedado atrás. Pero, añade, «tendremos que averiguar como enfocarnos en China y Rusia sin olvidar cómo afrontar el terrorismo». En los próximos 5 o 10 años «tendremos que ver como caminar y mascar chicle al mismo tiempo», resume.

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