abril 19, 2024
OPINIÓN

La nave de los locos. Últimas noticias sobre conspiracionismo

Por Xavier Eman

Sabían ustedes que las tropas de élite chinas se entrenaban en Canadá para invadir Estados Unidos en caso de victoria de Donald Trump, que el ejército estadounidense se preparaba para meter en la cárcel a Joe Biden o que el Papa había sido detenido por su implicación en una red pedófila-satanista? Por favor, no se rían cuando lean estas afirmaciones. Son muy graves, confirmadas por «documentos secretos» (pero conocidos por todos), «informantes bien situados» (el cuñado de la prima cuyo marido trabaja como cocinero en el Ministerio de Asuntos Exteriores) y «sitios de referencia».

La palabra «conspiración» se ha convertido en un término despectivo para desacreditar cualquier pensamiento no conforme, cualquier crítica al discurso oficial e institucional y cualquier desafío a los mandatos gubernamentales. Vaciado de su significado, ampliado hasta el extremo, «conspiración» se ha unido a «fascismo» en la lista de calificativos descalificadores e infames que se supone ponen fin a cualquier debate cuando uno se queda sin argumentos. Se trata, por supuesto, de una práctica detestable y condenable, pero desgraciadamente común en nuestra querida democracia totalitaria, que solo acepta el diálogo y la contestación en un marco estrictamente determinado por ella.

Este estado de cosas, por lamentable que sea, no debe ‒no puede‒ enmascarar el desarrollo, entre una parte de la población y de forma masiva en las redes sociales, de un fenómeno preocupante, el de la multiplicación de discursos delirantes y de «informaciones» paranoicas, que desprecian toda racionalidad, credibilidad y sentido común, y que, al final, ridiculizan las causas que quienes las difunden dicen defender, para mayor beneficio del sistema que afirman combatir.

Hemos puesto algunos ejemplos a modo de introducción, pero hay muchos otros: la sustitución del presidente Macron, supuesta y ligeramente afectado por el Covid, pero en realidad sustituido por
un doble; el anuncio de golpes militares aún inminentes, pero constantemente aplazados; las detenciones masivas por parte de la CIA de todos los «cómplices» de Biden en todo el mundo, etc.

La teoría de la conspiración es un mito incapacitante…

Si bien es cierto que este tipo de «patrañas» siempre ha existido, el psicodrama de las elecciones y postelectoral estadounidense le ha dado una dimensión sin precedentes. Tanto es así que ahora es imposible limitarse a sonreír con un encogimiento de hombros y quejarse del estado mental de quienes se dedican, creen y retransmiten. Porque, sin duda, el fenómeno afecta cada vez a más personas, en todas las categorías sociales, en todos los ámbitos de la vida, y en particular de forma muy sensible en lo que podemos llamar «disidencia» u oposición radical. Hoy en día, decenas o incluso cientos de miles de personas siguen, por ejemplo, los canales de YouTube, cada uno más ubicuo que el otro, donde prosperan (incluso financieramente) los gurús, a menudo hábiles, a veces incluso brillantes, que destilan tonterías y disparates sin nombre con la férrea seguridad de los «conocedores», los videntes en medio de los ciegos. Se trata entonces de un verdadero ejército de neocreyentes que se desparraman por las distintas redes sociales para difundir la buena palabra, revelar lo inverificable, afirmar los disparates, insensibles a toda refutación y a todo cuestionamiento como cualquier portador de la verdad que se precie. Para ellos, la realidad no importa ya que es una simple construcción del sistema y de sus amos secretos. Reivindicativos, a veces amenazantes, llaman por tanto crédulos, tontos, cómplices o traidores a todos los que no se adhieren a sus gigantescos disparates…

Esta tendencia es profundamente angustiosa a varios niveles. En primer lugar, porque revela la extrema fragilidad, incluso la desesperación, de una parte importante de la población que, privada de puntos de referencia, de marcos y de referentes, está dispuesta a aferrarse a «cualquier cosa» para seguir creyendo en un cambio posible, para seguir «esperando» un futuro mejor. Entonces, porque desvía a un gran número de personas de buena voluntad, legítimamente asqueadas por el mundo tal como es, del verdadero trabajo de análisis, refutación, deconstrucción necesaria para una oposición efectiva y concreta a la apisonadora del globalismo liberal-libertario.

Por eso, si bien es cierto que hay que seguir denunciando enérgicamente el uso extensivo y engañoso del término «conspiración» y defender el derecho a la más amplia libertad de expresión, también es necesario e incluso imperativo denunciar a los falsificadores y manipuladores que se aprovechan del desconcierto reinante para alimentar sus neurosis, su necesidad de reconocimiento y sus apetitos financieros. Y recordar, con Jean Thiriart, que «la teoría de la conspiración es un mito incapacitante, incompatible con un compromiso revolucionario».

Publicado originalmente en: revue-elements.com

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