diciembre 9, 2024
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Nuestros monstruos

Por Sergio Fernández Riquelme

Ha muerto un niño, otro más, a manos de un depredador sexual. Otro monstruo de nuestra sociedad en libertad, sin sanar, sin controlar. De nuevo la comunidad explota, pero de nuevo pocos se atreven a plantear medidas o soluciones más certeras. El pueblo otra vez quiere justicia, pero ésta no llegará jamás (o llegará muy tarde) ante una vida perdida, un hogar roto y una cicatriz que, por desgracia, el tiempo maquillará en nuestro país por obra y gracia de sus elites políticas.

Tenía nueve años, solo nueve años. Y en España, como en otros países muy cercanos en lo ideológico y en lo vital, nadie tendrá la culpa por la falta de vigilancia y de reinserción. Porque los expertos no creen en monstruos.

Pero los hay, y muchos. Los vemos aunque debemos callar, los conocemos pero para estudiarlos, los sufrimos y hay que reformarlos. No se puede tirar la llave al barranco, ni dejarlos apartados para siempre, dice la legislación y subrayan los técnicos. Siempre hay una explicación: una infancia dura, un sistema desigual, un problema mental, un protocolo defectuoso, dice el manual. Por ello, las causas se detectarán científicamente y los remedios se aplicarán profesionalmente. La construcción del “moderno Prometeo” tiene sus fallos, se relata en la Agenda global.

Siempre los ha habido y siempre los habrá. Es ley de vida convivir con los monstruos (o mejor dicho, personas incomprendidas, enfermas, equivocadas..). Pero en este sistema, las victimas parecen, a veces, o meros culpables o simples “daños colaterales”. Pagan, y pagarán, justos por pecadores, dice la sabiduría popular. Es un asesinato, otro más; pero es algo más, en tiempos posmodernos que habían alejado la guerra de nuestras tierras y traídos el bienestar material sin fin. De vez en cuando se la da la voz al pueblo. Existe miedo e indefensión, recogen los medios a hurtadillas, por defender sus valores, tus barrios, tus ideas, tus propiedades, tus vidas. Los vecinos de ese niño lo dijeron durante días, durante semanas. Pero o eran exagerados o eran reaccionarios. Existe el derecho a la reinserción y a la reintegración, pero no a la protección si no vives en el lugar adecuado o tienes el dinero para procurártela. Tenemos el derecho al perdón, pero no para quienes se rebelan contra la “sociedad monstruosa” que los denuncia antes y después. La inseguridad en la calle es el pan de cada día, la violencia juvenil es noticia día tras día, la ocupación de viviendas se tolera en amplias zonas, el acoso a mujeres parece por desgracia normalizarse, la inmoralidad chabacana es trending topic, la “flexibilidad” laboral viene para quedarse. Parece que la reiterada “sociedad líquida” de Zygmunt Bauman era la real “saciedad líquida”: sálvese quien pueda.

Es lo que tiene la libertad, dicen muchos: hay que mirar a otro lado. En el pasado era peor, nos recuerdan continuamente, como si eso fuera consuelo. Y es lo que conlleva el progreso, subrayan otros: hay que comprenderlo casi todo. Pero algún día perderemos el miedo. Pero no a los monstruos, que vendrán a visitarnos tarde o temprano en nuestras calles o en nuestros sueños. Sino a proponer medidas valientes para poder protegernos mejor como comunidad o como familias en sociedades democráticas, para dejar bien claro lo que está bien y mal en nuestro mundo sin ser cancelado o censurado arbitrariamente, a señalar con el dedo al sistema que previene mal y que protege peor a los ciudadanos que pagan impuestos y tienen derecho a la seguridad. Llegará el día, pues, en que nuestros poderes reconocerán, en público, lo que bien sabía Mary Shelley sobre el creador del “prometeico”: Frankenstein: “era el autor de males irremediables, y vivía bajo el constante terror de que el monstruo que había creado cometiera otra nueva maldad”.

De nuevo los lamentos de los familiares, la ira de la población, las condolencias de los políticos. Pero los monstruos, como hemos visto, andan y andarán sueltos en nuestra propia sociedad. Ese pequeño niño fue asesinado en Lardedo (La Rioja) por un depredador reincidente, un asesino en serie en libertad tras 23 años (dos años antes de lo previsto) de inútiles tratamientos, de inútiles leyes, de inútiles palabras. Los vecinos no sabían nada para proteger a los suyos, el detenido tenía permisos de Instituciones penitencias pese al criterio de los especialistas, los diversos servicios públicos sectoriales se echan la culpa los unos a los otros de la “falta de reinserción”. Lo sabía muy bien Friedrich Nietzsche: “le gusta al frio monstruo entrar en calor al sol de las conciencias limpias”.

Ha muerto un niño, otro más. Sabemos bien desde la ciencias sociales que ni todo se puede prevenir ni todo se puede controlar: hay leyes y hay límites, existen datos objetivos y elementos subjetivos. Aunque también conocemos, y muy bien además, que hay medidas, valores y sistemas que nos ayudan a anticiparnos mejor, a vigilar mejor, a responder mejor, por el bien de una comunidad  estable, moral y justa que minimice más o controle más las monstruosidades que siempre nos amenazarán. Incluso en tiempos posmodernos donde reina “lo políticamente correcto”, conceptos tradicionales que sirvieron y sirven, empíricamente, son reclamados cada día más por millones de ciudadanos por sus vidas y por sus bienes; pero estos son, lógica y rápidamente, denostados por los líderes de opinión política y social, en aras de su concienciación para justificar, quizás, al “moderno Prometeo” (denunciada como tolerancia mal entendida, o como el llamado “buenismo” irresponsable) que popularizó Shelly en mentes y almas: “te juro que hubiera preferido permanecer siempre en la ignorancia. Antes eso que descubrir la ingratitud y la depravación de una persona tan querida por mí”.

SERGIO FERNÁNDEZ RIQUELME
Profesor de la Universidad de Murcia, es historiador, doctor en política social e investigador acreditado en análisis historiográfico y social a nivel nacional e internacional
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