marzo 29, 2024
OPINIÓN

¿Puede ser Éric Zemmour el próximo presidente de Francia?

Por Yves Mamou

El Financial Times le califica «de extrema derecha«. Para el New York Times es «el líder de opinión de derechas«. Para Die Zeit «el hombre que divide a Francia«. El periodista y ensayista Éric Zemmour no es (por el momento) candidato oficial a la presidencia francesa, pero, debido a su popularidad, Francia ya vive como si estuviera en campaña electoral.

Las elecciones presidenciales se celebrarán dentro de unos 200 días, pero no pasa una semana sin que aparezca una nueva encuesta aupando aún más alto a Éric Zemmour en las proyecciones de voto para 2022. Una encuesta de Harris Interactive publicada por la revista Challenges el 6 de octubre le sitúa, con un 17 % del voto, por delante de Marine Le Pen, la candidata del partido Reagrupación Nacional (que estaría en un 15 % tras haber perdido 13 puntos porcentuales desde el verano). Zemmour está aún por detrás del presidente Emmanuel Macron, que tiene una intención de voto del 24 %. ¿Pero por cuánto tiempo?

Desde fuera, la proyección del voto del 17 % de Zemmour puede parecer baja. Pero, en Francia, las elecciones presidenciales se deciden a dos vueltas. Las encuestas citadas se refieren únicamente a la primera vuelta, donde puede haber perfectamente hasta 25 candidatos en liza. En consecuencia, la intención de voto se fragmenta de manera inevitable en la primera vuelta. Si las elecciones se celebraran la semana que viene, los dos candidatos que pasarían a la segunda vuelta serían Macron y Zemmour.

«Nunca antes habíamos visto una ascensión así de meteórica en tan poco tiempo», dice Jean-Daniel Lévy, vicepresidente de la encuestadora Harris Interactive. «Estamos asistiendo al colapso del mismísimo núcleo del electorado» de Marine Le Pen.

¿Quién es Éric Zemmour? Zemmour es el hombre que ha roto el techo de cristal para introducir en el debate mediático temas como «la inmigración» y «la yihad», de los que nunca nadie se atrevió a hablar en público. Zemmour es el hombre que encarna el miedo a ver la desaparición de la Francia tradicional -la de los campanarios de las iglesias y la «baguette»- a manos de la yihad y la corrección política.

El libro publicado por Zemmour el 16 de septiembre, La France n’a pas dit son dernier mot (Francia aún no ha dicho la última palabra), está dedicado a la identidad nacional; una semana después de su publicación había vendido 100.000 ejemplares. Zemmour representa la Francia de los viejos tiempos: la Francia de Napoleón, de Notre Dame de París y del General Charles de Gaulle, una Francia que no quiere acabar siendo una República Islámica. «El peligro para Francia es convertirse en un segundo Líbano», dice Zemmour a menudo, en referencia a un país fragmentado en comunidades sectarias que se odian y temen unas a otras.

Zemmour no es un político profesional. La nueva sensación de la política francesa comenzó su carrera como reportero de política para el diario Le Figaro en la década de 1990, pero gracias a su brillantez, a la perspectiva de sus opiniones sobre los políticos franceses y a su comprensión de la cultura política e histórica comenzó a ser invitado en las radios y las televisiones. Le Figaro le dio una columna, y en 2006 se convirtió en una auténtica estrella de la televisión. Su participación durante cinco años en el programa de debate emitido los sábados por la noche «On n’est pas couché» (No estamos dormidos) le hizo popular en toda Francia. En 2015, el presentador del programa, Laurent Ruquier, lamentó haber trabajado con Zemmour. «No pensábamos que podíamos crear un monstruo» , dijo Ruquier.

¿Por qué es Zemmour «un monstruo»? Porque asegura que «los franceses de origen inmigrante están más controlados que el resto, ya que la mayoría de traficantes son negros y árabes… Esto es un hecho.» Zemmour fue condenado por un tribunal por decir esto. No porque fuera mentira, sino porque esta afirmación es imposible de probar. La ley francesa rechaza la utilización de estadísticas basadas en criterios étnicos que sí se utilizan en el Reino Unido y los Estados Unidos.

Zemmour escandaliza porque declara que Francia dejó de ser Francia el día en que permitió a los padres de origen extranjero poner nombres africanos o musulmanes a sus hijos (Mohamed es el nombre más común en los suburbios parisinos). Zemmour ha dicho que querría recuperar una ley del siglo XIX que obligaba a todos los ciudadanos franceses «a poner nombres de pila franceses» a sus hijos. Zemmour también pide que Francia deje de someterse a la autoridad de los jueces del Tribunal Europeo de Justicia y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que son, según él, los que impiden que los delincuentes extranjeros puedan ser deportados.

El periodista es igual de tajante en asuntos sociales: está en contra de la reproducción asistida («quiero que los niños tengan un padre y una madre»), de la propaganda transgénero en las escuelas, del matrimonio entre personas del mismo sexo y de la presencia de militantes LGBT en las escuelas. Zemmour no es anit-homosexual, sólo dice que «los lobbies LGBT» y «las minorías» están en guerra con Francia como los islamistas lo están con todos los países occidentales.

Zemmour no debe su popularidad a lo provocativo de sus comentarios sobre la inmigración o los derechos LGBT. Es popular porque lleva a los medios las preocupaciones que antes se expresaban únicamente en ambientes familiares o entre amigos. La popularidad de Zemmour crece en las encuestas porque está exportando estos debates de los medios a la esfera política.

¿Tiene Zemmour opciones reales de ser presidente? El periodista no es ni siquiera candidato oficial para las elecciones presidenciales. Pero él mismo ha dicho que «decepcionaría a mucha gente» si no se presentara.

Por muchas razones, Zemmour sí tiene opciones reales de ser el próximo presidente. En primer lugar, porque el caso de Macron ha demostrado que alguien que no pertenece a ningún partido político puede ganar. Lo inesperado podría, por lo tanto, repetirse.

Además, la Constitución de la Quinta República francesa está construida para organizar la conexión del pueblo francés con personalidades excepcionales. El sistema fue forjado por el General de Gaulle y aprobado de manera directa por el pueblo francés. Desde este punto de vista, la conexión directa entre Zemmour y el pueblo francés es ya una realidad. Cuando Zemmour presentó su último libro hace unas semanas, miles de personas se acercaron a estrecharle la mano.

Hay más razones para explicar la excepcional popularidad de Zemmour. En primer lugar, la sociedad francesa está actualmente fragmentada en diferentes «públicos» o centros de intereses. En el terreno político francés, la principal característica de todos esos «públicos» es el sentimiento de «angustia» y «enfado» con las élites que han promovido la inmigración masiva sin consultar a la población nativa. El Barómetro de Confianza, un sondeo publicado el año pasado en Francia por Cevipof, el centro de investigación del Instituto de Estudios Políticos de París, es un buen indicador de «la apatía, el disgusto (… y) la desconfianza» que la mayoría de los franceses parece sentir hacia la clase política.

Una salida al laberinto electoral francés

La ascensión meteórica de Zemmour ha tenido otro efecto importante: el de enseñar a los franceses la salida del laberinto electoral en que están atrapados. Este laberinto fue concebido a mediados de la década de 1980 por el presidente socialista de Francia François Miterrand, que dividió a la derecha para evitar que volviera al poder. Miterrand promovió desde la radio y la televisión públicas a un minúsculo partido de extrema derecha, el Frente Nacional, que fue el primero en atreverse a hablar en contra de la inmigración.

Desde mediados de los ochenta hasta ahora, los medios y la izquierda han operado una poderosa maquinaria especializada en estigmatizar como «racista» y «nazi» a cualquiera que se atreva a alzar la voz en asuntos de inmigración.

Tan efectiva ha sido esta política del estigma que incluso Marine Le Pen, líder de Reagrupamiento Nacional (como se llama ahora el Frente Nacional) intentóhuir recientemente de la etiqueta de «nazi» diciendo cosas positivas sobre la inmigración musulmana. Marine Le Pen también dijo que no excluye recurrir a la inmigración para suplir una supuesta escasez de mano de obra.

Con Zemmour, sin embargo, los medios antirracistas pinchan en hueso. Cuanto más tratan de estigmatizarle como a un «nazi» más crece su popularidad entre los votantes.

Por si fuera poco, los líderes del partido de derecha Los Republicanos, que no se atrevían ni a pronunciar la palabra «inmigración», proponen ahora «acabar con la laxitud respecto a la migración» y parar la «inmigración descontrolada». E incluso Macron ha reconocido en privado que Zemmour «tenía razón» sobre la inmigración.

La batalla de Zemmour acaba de comenzar. Sin embargo, una cosa está clara: Zemmour ha abierto un debate genuinamente democrático sobre asuntos -seguridad, Islam, inmigración- que importan de verdad a los franceses. Para muchos, Zemmour es la última oportunidad de Francia para no convertirse en un país islámico o en un «Líbano en Europa».

Yves Mamou es un escritor y periodista radicado en Francia que ha trabajado durante dos décadas como periodista de Le Monde.

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