Afganistán. Veinte años de lecciones globalistas
Por Sergio Fernández Riquelme
Veinte años perdidos para unos, pero ganados para otros. Todo comenzó en 2001, cuando los EEUU invadieron Afganistán para acabar con la amenaza terrorista yihadista (supuestamente culminada con el asesinato de Osama Bin Laden en su refugio paquistaní), y todo acabó en 2021, cuando los EEUU se retiraban a toda prisa ante la debilidad propia (con Joe Biden sin saber que hacer) y el sorprendente avance talibán (con el portavoz talibán Zabihullah Mujahid sabiendo perfectamente que decir), dejando tras de sí a 15 marines muertos en un atentado yihadista en el aeropuerto de Kabul. Unos perdían una guerra con la que decían, ahora, que no pretendía construir una nación occidentalizada (“Nation-building”), y otros ganaban la batalla sin disparar casi un tiro y aprendiendo a vender su imagen “moderada” a golpe de tweet.
Dos décadas que devolvieron el poder a los talibanes pashtunes en una tierra a la que expertos que soñaban con cambiar de arriba a abajo, denominaban, a toda prisa otra vez, como la inevitable “tumba de Imperios”: desde la Bactria helenística a los mujaidines antisoviéticos. Se retiraban porque nunca se les perdió nada allí, escapaban porque solo querían acabar con el terrorismo internacional, huían porque los propios afganos no acababan de modernizarse. Es el discurso oficial.
Pero hubo siempre un plan. Afganistán era el sueño dorado del globalismo de la llamada “comunidad internacional” occidental: se podía convertir, por las buenas o por las malas, a cualquier parte del globo en una sucursal mundializada, con sus valores morales y sus prácticas consumistas. Nada ni nadie podía parar el tren del progreso liberal-progresista. Ese era el discurso real.
Pero el plan falló. Tras su rotundo triunfo en el ámbito occidental, minimizando la influencia de visiones nacionales o tradicionales alternativas, llegaba el turno de los vecinos fronterizos. Primero se intentó militarmente a manera clásica neocon (de Afganistán a Irak), y una vez agotados ciertos recursos, frente a “opiniones públicas” cada vez más opuestas a aventuras bélicas y ante resistencias imprevistas (como el caso de la Siria de Baschar al-Ásad), comenzó una gran campaña económica, política y cultural (escenificada por el discurso de Obama en la Universidad del Cairo): de las “primaveras árabes” en el mundo musulmán a las “revoluciones de colores” en el espacio postsoviético.
Los talibanes, como otras reacciones diferentes, aprendieron en estas décadas del lejano experimento globalista: aprovecharon las infraestructuras construidas, usaron las redes sociales supuestamente enemigas, se beneficiaron de la corrupción rampante de la “democracia afgana” (con el expresidente Ghani refugiado en la opulenta Abu Dhabi y acusado de acumular una opulenta fortuna) y contaron con el inestimable apoyo de una moderada y diversa“comunidad internacional” occidental (tan suave y postmoderna) que les veía ahora como integristas ojalá moderados y diversos (aunque tan poco modernos socialmente). Y no solo ellos aprendían la lección. En los últimos años se sucedían reacciones ya no tan periféricas: el ejército de Birmania acababa con el gobierno de la mediática y prooccidental Aung San Suu Kyi, la Rusia de Putin mantenía la integridad de su régimen y sus fronteras (e incluso mostraba que Crimea siempre seguiría siendo suya), la Etiopía del joven y prooccidental presidente Abiy Ahmed se sumergía en la guerra civil interétnica (por cierto, dirigente galardonado con el premio Nobel de la Paz casi al llegar al poder, y con denuncias muy graves por acciones contra la oposición y contra la región de Tigray), el nacionalismo “hindutva” de la India seguía en el poder y anunciaba más leyes nacionalistas, el “vatka” Lukashenko resistía sorprendentemente en Bielorrusia, y el presidente de un país formalmente comunista es el gran invitado en el gran foro ultracapitalista de Davos, mostrando que la nueva China ya no solo eran la gran fábrica del mundo.
Veinte años desde la impactante y viral caída de las Torres Gemelas en Nueva York hasta la surrealista evacuación de soldados y colaboradores de Kabul. Quizás perdidos por los sueños democráticos globalistas, y quizás ganados para la modernización en los medios de identidades muy tradicionales.
SERGIO FERNÁNDEZ RIQUELME
Profesor de la Universidad de Murcia, es historiador, doctor en política social e investigador acreditado en análisis historiográfico y social a nivel nacional e internacional